jueves, 15 de agosto de 2013

Porqué irse fuera es tan positivo.

Ha pasado un tiempo ya desde mi vuelta. La mejor vuelta de mi vida, el regreso más esperado. Hacía tiempo que quería compartir esto con vosotros, por la sencilla razón de que considero casi una obligación, compartir una pequeña parte de lo que en tan poco tiempo he podido aprender, como si debiera compartir esa nota de conocimiento, esa pequeña sabiduría que ahora reside en mí y que ha cambiado tanto mi perspectiva de la vida.

 Me fui, con la fecha de regreso bien clara. Con una meta, un objetivo y miedo. Mucho miedo. Jamás olvidaré ese vuelo rumbo a Ginebra. Rumbo a lo inesperado, a la incertidumbre. Más sola que nunca, aunque yo eso aún no lo sabía.

 Tomar una decisión así, surge desde la necesidad de cambio. A veces necesitas cambiar el saldo de tu cuenta y por eso te vas en busca de trabajo. Otras veces, deseas cambiar los apuntes que tanto tiempo has estudiado, por una rutina tangible que puedas llevar a la práctica cada día, porque “es lo tuyo” y otras veces, en cambio, simplemente sientes que es el momento para hacer posible ese cambio. En este último punto me encontraba yo. Piensas: “Ahora que acabo de terminar la carrera…”; “Ahora que no tengo trabajo…”; “Ahora que estoy soltera y no tengo ataduras…”. Cuando sientes ese momento, empiezas a racionalizar los motivos por los que crees que ahora es adecuado y te olvidas de lo principal: Te apetece irte. Simplemente.


 Así que nada, de repente un día pasas de infojobs a una página de empleo internacional. Te sorprendes visitando EURES o viendo las condiciones laborales de otros países. En todo ese proceso, hay una mezcla de nervios y de miedo. Aunque a este último, si eres un poco hábil, no le dejas salir demasiado, porque si no, jamás te aventurarías a hacer la maleta. Así que simplemente te limitas a dormir mal, estás un poco irascible y empiezas a ver lo que te rodea con determinada nostalgia. Este proceso se alarga tanto como el destino quiera, aunque me aventuraría a aconsejar, sin ser experta en la materia, que conviene tomárselo con cierta calma. Ver todas las opciones. Analizar las posibilidades. Tirar de calculadora para ver presupuestos.


 No es fácil labrarse un futuro fuera de nuestro país. Eso es algo que todos sabemos, pero solo los que nos hemos acercado a vivir este hecho, aunque solo sea un poquito como en mi caso, hemos podido conocerlo de verdad. Así pues, de repente llega lo esperado. En mi caso una oferta de trabajo. Empiezas las entrevistas vía skype, empiezas a tener que verte en la obligación de manejarte en un idioma que no es el tuyo. Empiezas a verte un poco limitado. Un poco perdido. Empiezas a dormir aún mucho peor… y entonces, te cogen para ese trabajo. Ya no es una ilusión, o una posible salida, ahora es una realidad. Tienes tanta ilusión, pero al mismo tiempo tanto miedo… que a veces te preguntas si no vas a estallar de tanta presión que sientes en el pecho, pero sabes que no, porque en el fondo no tienes tiempo para eso, pues tienes mucho que preparar antes de irte. Y entonces llega ese momento, en el que te da pena cancelar tu contrato de Vodafone. Ves una película en tu televisión y te preguntas cuando será la próxima vez que verás una peli en una tele tan grande.


 Y la despedida… wow, eso sí que es duro. Tendemos a decir adiós tantas veces que nos olvidamos de su verdadero significado, y en el caso que nos ocupa, solo ahí, en el control del aeropuerto, separada por un cordón que indica que la gente que quieres ya no puede pasar, empiezas a sentir un adiós diferente. Como más lento, como más lleno de emoción. Porque temporal o no, sabemos que es un adiós de verdad, de esos de los que hay que decir cuando te vas por un tiempo.


 Siempre escuchas eso de que el comienzo es muy duro, pero yo creo que no, o al menos para mí no lo fue. El comienzo está lleno de novedad, de aprendizaje. No te puedes dormir en los laureles, porque estás en pleno proceso de adaptación, así que no tienes mucho tiempo para las penas. Solo quieres, necesitas, saber que te rodea. Qué te espera. Qué hay. Comienzas a conocer a un montón de gente, con nombres raros de los que ni siquiera te acuerdas, no tienes hambre cuando hay que comer y jamás aciertas con la ropa que te pones. Todo es nuevo. Además, cada día tienes miles de mensajes en Facebook, sientes a tu gente más cerca que nunca. Más pendiente de ti como en la vida. Todo es Skype, Whatssap y Facebook.
 Es una época genial, ya no hay tanto miedo, solo un poco de ansiedad ante tanta novedad, pero ya no es la misma sensación y estás tan cargada de ilusión… ves el camino con tanto sentido… que te llenas de energía. Empiezas a ver las posibilidades para mejorar el idioma, te organizas para no descuidar los estudios, el trabajo… etc. Y además, haces del nuevo hogar tu hogar, o en mi caso, de tu habitación, tu hogar mejor dicho. Vas a Ikea, compras lámparas, una colcha y empiezas a decorar todo a tu gusto. Lo que pasa es que aún es pronto, y no sientes ese sitio como tu hogar, pero no hay que preocuparse, porque eso es cuestión de tiempo.


 Es una época maravillosa esa primera fase, aunque quizás un poco irreal, porque todo es tan novedoso que vives como en una nube. Sin embargo, es un poco más adelante cuando llega lo yo, desde mi pequeña experiencia, defino como “lo peor”. Esto sucede después de un tiempo, cuando lo que te rodea ya no es tan novedoso. Cuando ya has empezado tu verdadera rutina, tienes tu trabajo, tu horario… y no tienes tantos mensajes en Facebook. No porque dejen de quererte, o no se acuerden de ti, simplemente la vida sigue… y aquí tu gente, sigue viviendo su vida… sin ti… y entonces, empiezas a ver fotos de cumpleaños que te pierdes, situaciones que no vives… empiezas a tener más sentido de la realidad después de tanta novedad y a veces quizás demasiado tiempo libre para pensar, y te preguntas si estás haciendo lo correcto. Si lo que estás viviendo te aporta algo, o si en cambio, te estás perdiendo por el camino. Empiezas a leer muchísimos libros “de lo tuyo” para no olvidar lo que has aprendido durante la carrera, para no olvidar esa parte profesional que te has llevado contigo, pero que allí nadie parece valorar.

 Es una época dura, yo la recuerdo incluso algo oscura, quizás porque coincidió con el cambio de hora y las noches empezaron a ser más largas.


 La vida es un camino, y nos guste o no, a veces un camino demasiado marcado. Nuestra generación se ha visto sorprendida por una crisis, algo que nos ha pillado desprevenidos. Hemos sido los niños más mimados de la historia España, nunca nos ha faltado nada y en cambio ahora, cuando se supone que debemos empezar a cosechar nuestros propios frutos, no tenemos los medios. Tú empiezas una carrera pensando que cuando la acabes vas a ser todo un profesional, de eso que tanto te gusta. Haces planes, quizás un trabajo a jornada parcial que te dé algo de experiencia mientras haces un máster, para poder luego conseguir algo mejor. Lo típico. Lo que han hecho todos. Lo de siempre.
 Pero viene una crisis, y resulta que no hay trabajos que te den experiencia. No hay prácticas remuneradas. No hay prácticas a secas. No hay trabajos que te permitan pagarte un máster. Tampoco hay becas para másters. En fin, vaya, un lío, y mientras tanto sientes que son los mejores años de tu vida. Que con 35 no vas a tener la misma energía que ahora con 25. Ni tampoco los mismos planes… así que en este difícil contexto lleno de adversidad que nos ha tocado vivir, es fácil perderse y más aún cuando estás lejos. Porque desde pequeños, nos han inculcado un camino: Estudia, trabaja, forma una familia… casi, casi, como el famoso “nace, reproduce y muere” de las plantas que a todos alguna vez nos ha tocado estudiar.


 Y mi sentido es otro, he aprendido que la vida no tiene porqué ser así. La vida es un camino, pero las señales las pones tú. No pasa nada por vivir una aventura, por hacer un “break” en ese camino. A veces estamos tan preocupados por labrarnos un futuro, que nos olvidamos de la importancia del presente. Obviamos lo que aprendemos mientras construimos el futuro. Nunca es tarde para vivir una experiencia, es tan tarde como tú quieras que lo sea.

 Irte fuera te aporta aprendizaje, cultura, idiomas, experiencia. A lo mejor ni en millón de años hubieras podido estar durmiendo al lado de la casa de Madonna como me ha pasado a mí (me río solo de pensarlo), pero lo que tengo claro, es que pocas probabilidades hubiera tenido de vivir esa anécdota desde mi casa.

 Siempre me he preguntado cómo era hablar dos idiomas (aparte del materno), hacer el típico cambio de un idioma u otro, algo que me parece alucinantemente increíble, y aunque mi nivel en ambos no llega ni de lejos al bilingüe, ya sé lo que se siente al hacer ese cambio de chip. Me alucina. Me alucino.


Antes de irme vivía preocupada por lo que tenía o dejaba de tener. Si se me hubiera llegado a romper el móvil, en aquella época, antes de mi pequeña aventura, me hubiera dado un síncope imaginándome sin whastssap. Sin embargo, me tocó estar toda mi estancia en Suiza sin él. Ayer se me rompió el móvil, y ni me importó. Seguí disfrutando de una acampada con mis amigas como si nada. Qué no hay whatssap? Pues bueno, qué le vamos a hacer. Los amigos de verdad siempre están ahí, te vayas, te quedes, tengas whatssap o no.

 Porque eso es algo que aprendes a valorar allí. A tu gente. Qué terrible era sentirse solo aquí, cuando no sentías la conexión que debías con la gente que está a tu alrededor. Sin embargo, allí a veces te sientes muy solo porque la vida sigue, y sigue para todos. Aquí puedes dar un abrazo, luchar por escapar de ese sentimiento de soledad, pero lejos no, no puedes dar un abrazo... y eso a veces es duro. Tú te vas y te pierdes cosas, sin embargo hay que algo que es tan cierto, como que algunos afortunados disfrutamos un montón viendo series, y es que la gente que verdaderamente quiere estar a tu lado, no por nada, sino porque quieren, estarán allí, siempre, ya sea en tus vacaciones, o en tu regreso. Independientemente del tiempo que estés lejos. Y ni que decir tiene, de los abrazos que empiezas a dar cuando estás allí... son abrazos familiares. Abrazos auténticos, porque los amigos que haces allí, están unidos por algo especial, ese algo que une a las personas que se encuentran solas y de la cual, surge una amistad que va más allá del concepto de amistad habitual: Es confianza, es apoyo tras un mal día, es un ibuprofeno a tiempo cuando empiezas a sentirte mal.

 La comida de casa… wow! No tengo palabras. Jamás he disfrutado de un buen bocadillo de Jamón como lo estoy disfrutando ahora, y jamás he sido tan poco “asquerosilla” con la comida como lo soy ahora. Qué un yogurt lleva caducado tres días? Allí aprendes a tener una regla básica: Lo que te compras, te lo comes, pero no se tira que cuesta comprarlo.

 Es como si lo importante dejara de ser importante y lo que ya tienes, lo valoras más que nunca. Por eso es tan bueno, irse fuera una temporada, porque jamás eres verdaderamente consciente de lo que tienes hasta que te ves privado de ello.


 Son tantas, tantas, tantas cosas las que se viven… y la fortaleza. Es importante señalar la fortaleza. Porque quién decide dejarlo todo e irse a vivir una experiencia desconocida a otro país, es VALIENTE.

 Qué cuesta ahora hacer una entrevista de trabajo, después de haberla hecho en inglés, francés o alemán?. Qué te cuesta resolver ahora cualquier problema si cuando te has sido han surgido miles y los has resuelto tú solo?

Sí, la fortaleza es importante, porque con el paso del tiempo te haces más valiente, más seguro y tienes más confianza que nunca.
 Quedarse allí significa que un pequeño pasito como lograr un nivel B1 en el idioma, o encontrar un trabajillo a jornada parcial… es un tsunami de felicidad. Es el verdadero significado de logro.
Y volver, significa volver cambiado, renovado y con las pilas cargadas. Preparado para tomar nuevos retos, con menos miedo. Sí… es genial irse fuera.

Y para todos los que me conocéis bien, y tantas veces me habréis oído decir esto de la psicología: 8 veces naciera, 8 veces me iría a Suiza a vivir la experiencia que he vivido.

 Así que, para todos mis amigos que están fuera luchando por su sueño, solo me queda decirles: Disfrutad de lo que vivís cada día, porque cada día formará parte de esa experiencia irrepetible que recordaréis el resto de vuestra vida.
Y para todos aquellos que os lo estéis pensando, ÁNIMO. Porque me quedo corta al deciros: MERECE LA PENA.


 Nora